Cómo los Seahawks reconstruyeron un candidato al anillo en solo dos años
Una reflexión sobre dirección, decisiones y el valor de saber cambiar a tiempo
Cuando Pete Carroll salió del equipo, Seattle no estaba en ruinas, pero sí en un punto muerto. Habían exprimido al máximo un proyecto que, aunque todavía competitivo, llevaba años sin enseñar un camino claro hacia algo más grande. Era ese tipo de etapa en la que sigues ganando partidos, pero sabes que no estás construyendo nada. Y ahí es cuando las franquicias se la juegan: o te estancas o cambias el rumbo antes de que sea demasiado tarde.
Los Seahawks eligieron cambiar.
Un entrenador joven para un proyecto nuevo
La llegada de Mike Macdonald no fue un golpe de efecto mediático; fue exactamente lo que el equipo necesitaba. Un entrenador con ideas frescas, obsesionado con los detalles, con una visión clara de cómo quería defender, pero también de cómo se construye un vestuario moderno.
Macdonald no heredó una superestrella defensiva ni una base consolidada. Heredó un grupo normal, de nivel medio, y aun así consiguió que desde el primer día esa defensa jugara con una identidad reconocible. Eso es lo que separa a los buenos entrenadores de los entrenadores que cambian franquicias.
Su trabajo se nota en algo que suele pasar desapercibido: en Seattle no hay nombres de super estrellas (posición por posición), pero cada jugador conoce su rol. La unidad funciona porque nadie se sale del guion, porque el sistema es más importante que el talento individual. Y cuando un proyecto se construye así, entonces las piezas jóvenes empiezan a encajar con una naturalidad que sorprende.
Schneider, la brújula que no ha perdido el norte
Si Macdonald es la idea, John Schneider es la ejecución.
Y aquí es donde Seattle ha estado brillante.
Lo fácil habría sido intentar prolongar el final de la era Carroll renovando a Geno Smith, apostando por comodidad y continuidad. Pero Schneider entendió que querer al jugador no significa hipotecar el proyecto por él. Geno pedía un contrato alto y Seattle sabía que su techo ya lo habían visto.
Por eso no dudaron.
Apostaron por Sam Darnold, convencidos de que encajaba mejor con la estructura ofensiva que querían tener y de que su margen de crecimiento, en ese momento concreto, encajaba más con la ventana que estaban construyendo. Fue una decisión fría, difícil, impopular para algunos. Pero también fue la correcta.
Esta es la diferencia entre un equipo que mira el presente y un equipo que construye futuro. Seattle eligió futuro.
Draft tras draft, sabiendo qué pieza faltaba
La clave de esta reconstrucción no está en un fichaje estrella ni en un golpe de suerte. Está en la coherencia.
Los Seahawks no han drafteado nombres para vender camisetas, han drafteado necesidad, impacto y encaje.
Y ahí no han fallado.
Byron Murphy llegó como una apuesta fuerte en primera ronda y, un año después, es uno de los pilares de la defensa.
Nick Emmanwori (otro pick reciente) ha entrado en la rotación defensiva como si llevara tres años en el sistema.
Y lo mismo con el refuerzo en la línea ofensiva con Zabel, que ha dado solidez desde el primer día.
Son jugadores que no solo tienen talento, sino que encajan exactamente en lo que Seattle quiere ser. Y eso, en la NFL, es oro puro.
El fichaje que explica la mentalidad de los nuevos Seahawks
El traspaso por Rashid Shaheed en este cierre de mercado es el ejemplo perfecto.
Seattle no lo hizo por capricho ni por urgencia. Lo hizo porque detectó que al ataque le faltaba una amenaza en profundo que estirara el campo y liberara a Jaxon Smith-Njigba, que ahora mismo juega como el mejore receptor de la liga.
Los buenos equipos no solo tapan agujeros: anticipan problemas.
Eso es Seattle ahora mismo.
La defensa que compite sin necesitar un héroe
La defensa de Macdonald no tiene una superestrella, pero tampoco la necesita. Cada semana aparece un nombre distinto: a veces Murphy, otras veces Nwosu, otras veces los safeties, otras veces la línea.
Esa es, precisamente, la marca de un sistema sólido.
Un sistema donde no hay improvisación, hay un plan.
Y eso, en una liga tan volátil como la NFL, vale más que tener dos o tres estrellas sueltas.
Una ventana de Super Bowl que nadie esperaba tan pronto
Lo más notable de Seattle no es solo que estén ganando partidos. Es que están compitiendo como un equipo que entiende quién es y hacia dónde va. Eso no pasa por accidente.
Pasa cuando tu entrenador y tu general manager reman en la misma dirección.
Pasa cuando no te encariñas con decisiones anteriores.
Pasa cuando evalúas bien, drafteas bien y corriges bien.
En dos temporadas, Seattle ha pasado de estar atrapado entre su pasado y su futuro, a ser un equipo que, hoy, puede mirar a cualquiera de frente.
Quizá no sean el máximo favorito para el público general, aunque para mí sí.
Pero tienen algo muy valioso: un proyecto coherente, crecimiento continuo y un equipo que juega entendiendo que su ventana está abierta.
Y esa es, muchas veces, la verdadera diferencia entre competir… y creer que puedes ganar de verdad.







