Mucho dinero, cero equipo: por qué Brian Kelly fracasó en LSU
Una caída anunciada en Baton Rouge: cómo el ego, las malas decisiones y la pérdida de cultura transformaron a LSU en un equipo sin identidad bajo Brian Kelly.
La madrugada del 27 de octubre trajo la noticia que medio Baton Rouge esperaba: LSU despidió a Brian Kelly. No es solo un final. Es el retrato de un entrenador que nunca logró convertir talento en un equipo campeón.
Lo inmediato
El último golpe llegó en casa, ante Texas A&M, con el estadio apagándose a medida que caían los puntos. No fue una derrota más. Fue la confirmación de que el proyecto se había quedado sin pulso.
El síntoma que no se quiso ver
En el college actual no basta con firmar bien. Hay que construir cultura, administrar egos, dar respuestas en días grandes. LSU lo tiene todo para competir cada año por el título. Con Kelly, jamás pareció un bloque. Había nombres, pero faltaba identidad.
El modelo equivocado
Desde el primer día, Brian Kelly dio la sensación de querer estar en el centro de todo. Mucho foco en él, poca conexión real con los suyos. Esa distancia se nota cuando el partido se tuerce. Y LSU se torció demasiadas veces.
La decisión que volvió como bumerán
Nada explica mejor el desajuste que el caso Tommy Moffitt. El histórico preparador físico de LSU, clave en los títulos de 2003, 2007 y 2019, salió con la llegada de Kelly. Hoy está en Texas A&M. Sus jugadores hablan de intensidad, de hábitos, de llegar a tope desde el primer snap. En Baton Rouge lo comprobaron de la forma más cruel: el rival impuso físico y ritmo en el mismo césped donde Moffitt hizo mejores a generaciones de Tigers.
Un espejo llamado Notre Dame
En South Bend, Kelly se fue con victorias, pero sin coronarse. Marcus Freeman tomó el testigo y devolvió hambre y rumbo. La comparación es incómoda porque apunta a lo mismo: cuando el mensaje no cala, los proyectos se estancan por arriba.
Lo que de verdad falla
No es el playbook. Es el liderazgo. En el fútbol universitario el entrenador es estratega, psicólogo y gestor de grupo. Si el vestuario no siente que compite por algo más que por cumplir, el techo llega pronto. LSU no necesitaba un nombre grande. Necesitaba alguien capaz de hacer equipo.
Baton Rouge, punto y seguido
LSU no parte de cero. Parte de un estándar. Instalaciones, reclutamiento, tradición y una afición que empuja. El siguiente paso no va de prometer campeonatos. Va de recuperar una idea sencilla: jugar juntos, crecer de septiembre a diciembre y volver a ser el equipo que nadie quiere ver en un partido grande.
La lección
Hay contratos que compran tiempo. Ninguno compra cultura. Brian Kelly tuvo recursos y talento, pero no logró la parte más difícil: unirlo todo. Su salida es un aviso para cualquiera que confunda control con liderazgo. Los nombres no ganan. Los equipos sí.
Ese es el resumen de cuatro años que pudieron ser mucho y acabaron en poco. LSU buscará entrenador. Lo que no puede buscarse es la convicción. Eso se construye cada día. Y ahí es donde empieza, de nuevo, la diferencia.






